La estrategia para pacificar al país que tal vez menor violencia pueda generar es aquella que se aleje de la guerra y que a través de labores de inteligencia desarticule al mismo tiempo redes financieras y mandos medios de bandas criminales.
La violencia criminal y la violencia política no buscan lo mismo; la primera tiene como intención generar ganancias económicas, la segunda cambiar o modificar al gobierno y con ello las acciones y políticas que emprende.
Cuando el Estado lleva a cabo acciones para reprimir al crimen organizado, los grupos delincuenciales se plantean qué estrategia deberán efectuar para poder continuar con su actividad ilícita. Las opciones son corromper a las autoridades o enfrentarlas.
Para asegurar una relación de cooperación con la autoridad y en lugar de soltar plomo –que sale muy caro– repartir dinero, el crimen necesita tener gobernantes afines, y si ya ha trabajado con ellos con anterioridad, qué mejor. La delincuencia organizada cuenta con una estrategia de comunicación política para, justo, cometer violencia política. Consiste en provocar temor en la población al incendiar vehículos, comercios, atacar a la ciudadanía, y con ello generan caos e incertidumbre.